Elizabeth
Johnson.
* Elizabeth nació y se crió en la ciudad de Nueva
York.
* Elizabeth es odiada por casi todas las mujeres de
la escuela.
-bigotes,
cómprame un helado –le ordené a Harima con autoridad.
-olvídalo.
–dijo con aspereza.
-¿debo
recordarte lo que pasó esta mañana? –lo reté.
-¿chocolate
o vainilla? –Respondió al instante, asustado.
-ambos.
-ya
vengo.
En
la mañana, cuando iba rumbo a la estación de trenes me topé a Harima bailando
como un irlandés, después de burlarme durante unos minutos de él me rogó que no
le contara a nadie de lo que había visto. Y a cambio le exigí que obedeciera
todas mis órdenes durante el viaje y accedió sin pensarlo. El inútil era
bastante servicial a pesar de que era contra su voluntad y me estaba divirtiendo
mucho.
-aquí
esta. ¿Algo más?
-por
ahora nada. Busquemos a los otros, se han alejado mucho porque te tardaste
siglos.
Caminamos
por el centro comercial en silencio durante varios minutos y no se veía rastro
de ninguno de nuestros amigos, comenzábamos a considerar la posibilidad de que
se hayan ido sin nosotros.
-Oye
princesa, tal vez debamos verlos en el hotel. De igual forma ya se está
haciendo tarde.
-Tienes
razón, vámonos.
Aunque
apenas eran las 10 de la noche las calles ya estaban solitarias, como si fuera
madrugada; Harima me seguía despistado y yo cada vez me confundía más. Había
olvidado qué camino tomar.
-Estamos
perdidos, bigotes. –admití unos segundos más tarde de darme cuenta.
-¡Bravo!
¡Princesa! ¡Eres grande! He estado siguiéndote ciegamente y solo me llevaste a
un lugar donde no hay nada.
Era
verdad por más que doliera; estábamos en una zona residencial en la que no se
miraba salida a una calle principal para
volver a intentarlo.
-bueno…
-Dijo Harima. –no hay remedio, yo tomaré las riendas de esto. Sígueme.
El
silencio sepulcral de la noche y la falta de comunicación colaboraron a mi gran
vergüenza: mi estomago empezó a rugir exigiéndome comida.
Harima
soltó una sonora carcajada y se le cayeron las gafas. Acepté su risa y amablemente
se las devolví.
-disculpa
eso. –dije apenada.
-no
te preocupes, solo que rompió el silencio inesperadamente. Vamos a comer a
algún lugar, yo te invito.
-g…
gracias.
-no
hay bronca, mujer… ¡mira! Ese lugar se ve interesante.
Era
un restaurante pequeño, ambientado de arquitectura francesa con mesitas de luna
en una terraza exterior rodeada de
flores rojas.
-se
ve caro. –admití. –no es necesario que tu pagues.
-ya
he dicho que pagaría yo, no te preocupes princesa. –dicho esto abrió la entrada
del establecimiento para permitirme entrar primero.
-gracias.
Nos
asignaron una mesita en el fondo, Harima se sentó y comenzó la conversación.
-entonces,
¿Cómo es que una americana termina en Japón?
-mis
padres reubicaron la casa principal de la familia y yo iba incluida en el
paquete. –dije con severidad. –no es que no me guste Japón, de hecho es mejor
de lo que esperaba. Pero siempre duele que te obliguen a hacer algo que no
quieres ¿no?
-por
desgracia no conozco los gustos de tener que hacer algo que me ordenen. Siempre
fui un hijo malcriado y la gente tiende a huir de mi antes de ordenarme algo
serio, casi todas las decisiones las he tomado yo.
-que
suerte tienes. –admití.
-para
nada, a veces las decisiones que toman por ti suelen ser buenas; a mí me hubiera
encantado tener alguien para decirme que no hiciera ciertas cosas.
-pero
hay decisiones que no son nada buenas para ti. Cosas que te pueden hacer daño.
-en
ese caso, princesa… debo decirte que si es algo que tú no quieres, porque estás
segura que no hace nada bien a tu persona debes negarte a toda costa, con uñas
y dientes para que tu voz sea escuchada, como una revolución.
-vaya,
bigotes… dices cosas buenas de vez en cuando.
-es
por el hambre jejeje, ¿ya decidiste que pedirás?
-sí,
llama al camarero por favor.
La
comida estuvo deliciosa, Harima pagó la cuenta en su totalidad sin permitirme
ayudarle en nada y reiniciamos nuestros intentos por volver al hotel.
-oye
bigotes, es la primera vez que te veo sin gafas de sol.
-si
por mi fuera, los usaría de noche… por desgracia no puedo.
-¿Por
qué los usas?
-no
me gustan mis ojos.
-a
mí tampoco me gustan tus ojos, pero no por eso tienes que esconderlos.
-también
se me ha hecho un habito tenerlos.
-¿es
para verte más intimidante? Porque a mí no me das miedo.
-es
algo que me agrada de ti princesa. A pesar de ser una niña mimada tienes
agallas.
Caminamos
en silencio hasta que encontramos una calle principal unas horas después.
-vaya,
lo lograste bigotes: me has traído de vuelta a la civilización.
-ahora
si podemos llegar al hotel. Llamemos un taxi. –propuso.
-de
acuerdo, ese lo pago yo ¿sí?
-soy
tu esclavo por estos 5 días, mi deber es ver que estés segura, pagare yo.
-sobre
eso… eres libre. –Todas las malas impresiones que tenia de Harima se fueron
disipando poco a poco durante el transcurso de la noche.
-en
ese caso, pagas tu.
Todas
mis palas impresiones que tenia a Harima volvieron tan pronto como se habían
ido. Para mí no dejaba de ser un bigotón imbécil.
-inútil
-mimada.
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