sábado, 1 de septiembre de 2012

Capítulo 8: Elizabeth Johnson


Elizabeth
Johnson.
* Elizabeth nació y se crió en la ciudad de Nueva York.
* Elizabeth es odiada por casi todas las mujeres de la escuela.


-bigotes, cómprame un helado –le ordené a Harima con autoridad.
-olvídalo. –dijo con aspereza.
-¿debo recordarte lo que pasó esta mañana? –lo reté.
-¿chocolate o vainilla? –Respondió al instante, asustado.
-ambos.
-ya vengo.
En la mañana, cuando iba rumbo a la estación de trenes me topé a Harima bailando como un irlandés, después de burlarme durante unos minutos de él me rogó que no le contara a nadie de lo que había visto. Y a cambio le exigí que obedeciera todas mis órdenes durante el viaje y accedió sin pensarlo. El inútil era bastante servicial a pesar de que era contra su voluntad y me estaba divirtiendo mucho.
-aquí esta. ¿Algo más?
-por ahora nada. Busquemos a los otros, se han alejado mucho porque te tardaste siglos.
Caminamos por el centro comercial en silencio durante varios minutos y no se veía rastro de ninguno de nuestros amigos, comenzábamos a considerar la posibilidad de que se hayan ido sin nosotros.
-Oye princesa, tal vez debamos verlos en el hotel. De igual forma ya se está haciendo tarde.
-Tienes razón, vámonos.
Aunque apenas eran las 10 de la noche las calles ya estaban solitarias, como si fuera madrugada; Harima me seguía despistado y yo cada vez me confundía más. Había olvidado qué camino tomar.
-Estamos perdidos, bigotes. –admití unos segundos más tarde de darme cuenta.
-¡Bravo! ¡Princesa! ¡Eres grande! He estado siguiéndote ciegamente y solo me llevaste a un lugar donde no hay nada.
Era verdad por más que doliera; estábamos en una zona residencial en la que no se miraba salida  a una calle principal para volver a intentarlo.
-bueno… -Dijo Harima. –no hay remedio, yo tomaré las riendas de esto. Sígueme.
El silencio sepulcral de la noche y la falta de comunicación colaboraron a mi gran vergüenza: mi estomago empezó a rugir exigiéndome comida.
Harima soltó una sonora carcajada y se le cayeron las gafas. Acepté su risa y amablemente se las devolví.
-disculpa eso. –dije apenada.
-no te preocupes, solo que rompió el silencio inesperadamente. Vamos a comer a algún lugar, yo te invito.
-g… gracias.
-no hay bronca, mujer… ¡mira! Ese lugar se ve interesante.
Era un restaurante pequeño, ambientado de arquitectura francesa con mesitas de luna en  una terraza exterior rodeada de flores rojas.
-se ve caro. –admití. –no es necesario que tu pagues.
-ya he dicho que pagaría yo, no te preocupes princesa. –dicho esto abrió la entrada del establecimiento para permitirme entrar primero.
-gracias.
Nos asignaron una mesita en el fondo, Harima se sentó y comenzó la conversación.
-entonces, ¿Cómo es que una americana termina en Japón?
-mis padres reubicaron la casa principal de la familia y yo iba incluida en el paquete. –dije con severidad. –no es que no me guste Japón, de hecho es mejor de lo que esperaba. Pero siempre duele que te obliguen a hacer algo que no quieres ¿no?
-por desgracia no conozco los gustos de tener que hacer algo que me ordenen. Siempre fui un hijo malcriado y la gente tiende a huir de mi antes de ordenarme algo serio, casi todas las decisiones las he tomado yo.
-que suerte tienes. –admití.
-para nada, a veces las decisiones que toman por ti suelen ser buenas; a mí me hubiera encantado tener alguien para decirme que no hiciera ciertas cosas.
-pero hay decisiones que no son nada buenas para ti. Cosas que te pueden hacer daño.
-en ese caso, princesa… debo decirte que si es algo que tú no quieres, porque estás segura que no hace nada bien a tu persona debes negarte a toda costa, con uñas y dientes para que tu voz sea escuchada, como una revolución.
-vaya, bigotes… dices cosas buenas de vez en cuando.
-es por el hambre jejeje, ¿ya decidiste que pedirás?
-sí, llama al camarero por favor.
La comida estuvo deliciosa, Harima pagó la cuenta en su totalidad sin permitirme ayudarle en nada y reiniciamos nuestros intentos por volver al hotel.
-oye bigotes, es la primera vez que te veo sin gafas de sol.
-si por mi fuera, los usaría de noche… por desgracia no puedo.
-¿Por qué los usas?
-no me gustan mis ojos.
-a mí tampoco me gustan tus ojos, pero no por eso tienes que esconderlos.
-también se me ha hecho un habito tenerlos.
-¿es para verte más intimidante? Porque a mí no me das miedo.
-es algo que me agrada de ti princesa. A pesar de ser una niña mimada tienes agallas.
Caminamos en silencio hasta que encontramos una calle principal unas horas después.
-vaya, lo lograste bigotes: me has traído de vuelta a la civilización.
-ahora si podemos llegar al hotel. Llamemos un taxi. –propuso.
-de acuerdo, ese lo pago yo ¿sí?
-soy tu esclavo por estos 5 días, mi deber es ver que estés segura, pagare yo.
-sobre eso… eres libre. –Todas las malas impresiones que tenia de Harima se fueron disipando poco a poco durante el transcurso de la noche.
-en ese caso, pagas tu.
Todas mis palas impresiones que tenia a Harima volvieron tan pronto como se habían ido. Para mí no dejaba de ser un bigotón imbécil.
-inútil
-mimada.

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